MANIFIESTO

¡Es hora de actuar!

            Durante las últimas décadas, hemos asistido al triunfo  de un determinado modelo político, económico y social, el neoliberalismo, que ha situado en los puestos de mando del gobierno de la práctica totalidad de los Estados del mundo, a los poderes económicos. Todo se ha sometido a los dictados de una economía basada en la explotación sin control de personas y recursos naturales, en el desprecio a la imposición de cualquier regla que limite la ambición de esos poderes económicos, a la primacía, en definitiva, del “todo vale” en la consecución de unos beneficios exclusivamente económicos en favor, no de la sociedad, sino de unos pocos.

            Arrastrados por ese modelo destructivo, nos encontramos hoy en plena crisis mundial: una crisis que es global y sistémica. Es global porque, fruto de una idea de globalización equivocada, los problemas, inequidades y  sufrimientos de unos, se trasladan inmediatamente a los demás, con mayor virulencia  a los sectores más desfavorecidos. Es sistémica, porque afecta no sólo a uno o pocos elementos de la economía -como algunos  pretenden hacernos ver (crisis financiera)- sino al modelo económico, social y ecológico en su conjunto. Las soluciones no vendrán, esta vez, con un arreglo parcial, un parcheo del sistema económico: vendrán por la superación de ese sistema y la instauración de otro más justo y sostenible. De nosotros depende hacerlo posible.

            Tras décadas de indiferencia, la mayoría de la población que sufre los despropósitos de este modelo neoliberal, empieza ahora a reaccionar: y lo hace manifestando su indignación, aunque todavía sin alcanzar la fase de construcción de alternativas, de apuesta y trabajo por un modelo diferente.

            El primer paso debe ser la unidad: la negación del concepto de sociedad civil o su reducción a una mera suma de individuos, de individualidades, predicada por el neoliberalismo, debe desaparecer. Necesitamos estar unidos:  concebir la sociedad y  reivindicar lo colectivo, como  una necesidad para  evitar ser destruidos como individuos. Por encima de los aspectos peculiares de cada persona debemos de anteponer “lo común”; los rasgos propios de cada uno nos definen, pero no nos diferencian de los demás.

            La unidad, obvio es decirlo, no conoce fronteras, sexos, razas o religiones. La globalización bien entendida, la mundialización, no distingue a unos individuos de otros por ninguno de los entramados políticos o sociales que el poder ha tejido. Es necesario, ahora más que nunca, participar de los sufrimientos y también de las alegrías de otros seres humanos, allá donde se encuentren. Sus penurias son nuestras penurias; sus victorias contra el modelo económico dominante, son también nuestras victorias, por muy lejos que puedan hallarse. En esta idea de unidad, hay que recuperar  las bases del internacionalismo  y reivindicar la vieja idea de que “¡no hay más patria que la Humanidad!”.

            El segundo paso debe ser la aceptación de la inviabilidad del modelo de desarrollo económico actual en el corto y medio plazo. Esta inviabilidad radica, por una parte, en la desigual distribución de la riqueza, y por otra en los límites físicos de los recursos naturales, que ya estamos alcanzando en esta misma década. Es preciso poner de manifiesto que la continuidad de este modelo de crecimiento, basado en el aumento del consumo de recursos naturales, es imposible. El cambio de modelo no sólo es deseable; además es inevitable.

            El tercer paso debe ser la resistencia. Los poderes económicos y su ideología -el neoliberalismo- lejos de reconocer la paternidad de una crisis que ellos mismos han provocado, admitiendo en consecuencia su retirada del cuadro de mandos de la sociedad, continúan anclados al poder, aplicando las mismas recetas con las que llevan años construyendo una sociedad  injusta y desigual; recetas que en estos momentos de crisis resultan aún más dolorosas si cabe. Por eso tenemos que oponernos a sus intentos de destrucción del Estado de Bienestar; de privatización de la parte del Sector Público que les interesa  y degradación de la parte que no les conviene; de recortes en derechos sociales que han costado años y vidas conseguir… Es nuestra obligación moral resistir sus ataques contra el corazón de la Sociedad y, sobre todo, de sus elementos más desfavorecidos.

            Pero, además, hay que pasar a la acción: debemos proponer alternativas, realizar acciones, trabajar para volver a situar a la persona, al ser humano como colectivo –en definitiva, a la Humanidad- como centro de la actividad económica, de donde ha sido desplazado por un conglomerado de intereses  y empresas que, a la postre,  representan el capital en su versión más monstruosa: el “capital financiero”. Es preciso, también, integrar al ser humano y todas sus actividades económicas en el equilibrio de la biosfera. La gente primero; el medio ambiente primero; el planeta Tierra primero; la cultura primero; las tradiciones primero; los pueblos, familias, costumbres… casi cualquier cosa debería tener prioridad ante los poderes económicos, el capitalismo productivo, el capitalismo financiero,  mercados,  activos financieros,  movimientos de capitales… Es una cuestión de justicia, de equidad, pero también de supervivencia:  el actual modelo económico está deteriorando los recursos naturales sobre los que se sustenta, no sólo la vida de otras especies animales y vegetales, sino también la propia vida humana y el desarrollo económico y social.

Por todo ello, porque es hora de actuar, proponemos:

            1.- Arrancar los mandos de la economía de las manos de los poderes económicos, devolviéndolos a las de la sociedad democrática y participativa. No se trata de la desaparición inmediata de poderes económicos, capital, mercados financieros… sino de su sumisión a la sociedad democrática y participativa, en cuanto sean capaces de aportar algo útil a esa sociedad.

            2.- Control riguroso de los poderes económicos, especialmente en su vertiente financiera, que es la que más daño está causando a los ideales de justicia e igualdad:

- Supresión de los paraísos fiscales, auténtica lacra y vergüenza de nuestros Estados “civilizados”; fortines de piratas donde las fortunas ganadas mediante el expolio y la explotación se refugian a salvo de la Justicia y las reclamaciones de sus víctimas.

- Instauración inmediata de un Impuesto sobre las Transacciones Financieras, que impida las operaciones especulativas contra personas y gobiernos que no acatan los deseos de los “mercados”; operaciones que son las auténticas bombas atómicas  del siglo XXI, capaces de asolar completamente países y sociedades.

- Aumento de la Imposición a las grandes fortunas, a los más favorecidos de la sociedad, como un instrumento de redistribución que permita ayudar  a los sectores sociales más débiles, con las riquezas, en su mayor parte mal adquiridas, de unos pocos.

- Mejora de la equidad del sistema tributario: impuestos más justos, que graven proporcionalmente más al que más tiene; que no presenten agujeros por dónde puedan librarse los más poderosos o los mejor asesorados y que permitan cumplir con los principios de progresividad y redistribución consagrados en el artículo  31 de nuestra Constitución.

- Control público en el cumplimiento de estas obligaciones impuestas al capital financiero. Lucha contra el fraude fiscal: dotación de medios públicos para conducir ventajosamente esta lucha, mejora de la legislación existente para facilitar la persecución del defraudador y endurecimiento de su castigo.

3.- Explicación sobre el origen y la legitimidad de la deuda. Nos dicen que tenemos unas deudas ingentes, que sólo vamos a poder pagar –en el mejor de los casos- con grave quebranto de nuestras condiciones de vida. Que tenemos que prescindir de “privilegios” tales como Sanidad, Educación, pensiones de jubilación o de desempleo. Nos dicen que “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”, que hemos gastado mucho y que las facturas de tal modo de vida las hemos dejado a deber. Pero lo cierto es que la deuda, esa deuda que, día tras día, se empeñan en pregonar como “nuestra” es, en realidad,  de ellos. Es la deuda que han generado en inútiles y faraónicas obras, de las que solamente se ha beneficiado el que las construyó. Es  la deuda derivada del dinero que nuestros gobiernos han tenido que poner para tapar las vías de agua de la banca privada, evitando que se hunda como resultado de la gestión temeraria de sus directivos, ludópatas de un capitalismo de casino financiero. Es la deuda de las ayudas directas e indirectas a las multinacionales, de los recortes de impuestos a las grandes fortunas. No, la deuda no es nuestra: la deuda es de ellos. Pero quieren engañarnos para que la paguemos nosotros. Por eso exigimos:

-Conocer el origen de tales deudas y sus responsables. Serán ellos, no nosotros, los llamados al pago. No aceptamos deudas ilegítimas ni aquellas que han sido generadas por los mismos que hoy reclaman su escrupuloso cumplimiento.

-Que nunca más los ciudadanos y, en especial, los trabajadores, tengan que recurrir a endeudarse para mantener un nivel de vida digno. Es imprescindible  una mejora justa en el reparto de rentas:  que la gente pueda vivir con el fruto de su trabajo y no tenga que hipotecar su vida y hacienda para llegar a fin de mes.

            4.- Reorientación del sistema económico productivo, causante del mayor daño ecológico conocido en la historia de la humanidad. No podemos continuar con un sistema insostenible de producción, que inunda los mercados de bienes y servicios sin preocuparse de la destrucción y  agotamiento de los recursos naturales. Es precisa una reorientación radical del sistema productivo que permita encarar la realidad de un planeta limitado. Ni las empresas -sobre todo las multinacionales- ni los consumidores -especialmente los que gozan de mayor disponibilidad-, pueden dictar qué es lo que se produce, incluyendo lo innecesario y superfluo;  ni dónde se produce (en especial en países que no respetan los Derechos Humanos o indiferentes a la destrucción del medio ambiente); ni  cuánto se produce: toneladas de “bienes-basura”, perecederos, de “usar y tirar”, como si su producción no costara nada  en términos medioambientales.  No sabemos si en el futuro será necesario vivir con menos, pero es seguro que tendremos que producir y consumir de una forma diferente. Por eso debemos avanzar hacia un modelo económico distinto, mediante:

- El favorecimiento de actividades locales, de pequeño tamaño, destinadas al abastecimiento de mercados locales. Porque una economía más local es necesaria para enfrentarse a las restricciones derivadas de la crisis energética que vivimos y sólo un modelo económico más localizado puede ser realmente sostenible.

- La lucha por la soberanía alimentaria, como elemento de recuperación de lo local frente a lo global y como garantía para evitar el hambre y la desnutrición en determinadas zonas del planeta.

- La concienciación en el consumidor del daño medioambiental que su conducta genera, y de que son numerosos los recursos naturales que están ya llegando a sus límites de explotación. El consumidor debe ser informado de las estrechas relaciones que existen entre la sobreexplotación de recursos naturales y las formas de consumo individual  que practica.  Asimismo, debe ser concienciado de que esta explotación insostenible disminuye la capacidad del planeta para sustentar la vida humana.

- La reglamentación estricta de aquellas actividades productivas claramente antisociales o antiecológicas: la implantación de aranceles sobre productos no fabricados con respeto al medio ambiente o a los derechos sociales; impuestos a las actividades más contaminantes y destructivas, que traten de  trasladar al mercado los verdaderos costes de los productos, teniendo en cuenta los daños que estos productos ocasionan a otras personas o al medio ambiente.

- Nacionalización de aquellas actividades especialmente perjudiciales aunque necesarias para el sostenimiento de la humanidad, trasladando su control a la sociedad democrática y participativa, para que determine la producción mínima necesaria y se esfuerce por su reemplazo en cuanto sea posible.

5.- Reequilibrio de los principios de eficiencia y equidad del sistema económico: el neoliberalismo ha desequilibrado la tradicional balanza económica a favor de la eficiencia, pero de nada sirve al 99% una economía más eficiente cuyos beneficios sólo alcanzan al 1%, y de los que se ven excluidos. Es preferible una economía más justa, en la que todos participen, antes que una economía eficiente -que ni siquiera lo es, como la crisis ha demostrado- en la que la mayoría empeore sus condiciones de vida o sea colocada, simplemente, al borde de la muerte por abandono.

El Estado de Bienestar es el instrumento actualmente disponible para evitar este despropósito. Frente a los que tratan, todos los días, de desmantelarlo, debemos actuar para protegerlo y ampliarlo:

- Debemos resistir los ataques contra la Sanidad Pública, Universal y Gratuita y, a la vez, extenderla, aumentando las contingencias cubiertas, destinando más recursos, incrementando el número y mejorando las condiciones del personal sanitario… Todo ello, por supuesto, aumentando la contribución de los que más tienen y, seguramente, menos la necesitan.

- Debemos parar los ataques contra la Enseñanza Pública, y, a la vez, elevar su calidad, dotándola de medios humanos y materiales, para que sea incomparablemente mejor que su alternativa privada y que, a diferencia de esta última, esté al alcance de todos con independencia de su capacidad económica. Tampoco queremos ser “piezas empleables”, “máquinas de fábrica”. Reclamamos una educación para una ciudadanía democrática y participativa.

- Debemos frenar los recortes al sistema de pensiones, tanto por lo que se refiere a las prestaciones como al aumento de la edad de jubilación. Es intolerable que la mayoría de los pensionistas se conviertan en indigentes  por el simple hecho de encontrarse en la última etapa de su vida. No debemos caer en la trampa que justifica el aumento en la edad de jubilación por el envejecimiento de la población: las pensiones no son sólo elementos contributivos; son, también, elementos redistributivos que aspiran a transferir rentas, desde las capas más acomodadas de la sociedad, hasta las más necesitadas. Si  las cotizaciones no son suficientes, adicionemos otros recursos impositivos, obtenidos a partir del que más tiene,  para el jubilado que más lo necesita.

- Construyamos más pilares para el sostenimiento del Estado de Bienestar: cuantos más tenga, más fuerte será. Incorporemos a los tradicionales pilares de educación, sanidad y pensiones, la mejora y redistribución mediante otras prestaciones: dependencia,  desempleo… y más allá la Renta Básica de Ciudadanía.

En definitiva:  tomemos los ciudadanos el mando de la sociedad y de  los gobiernos que hasta ahora han usurpado los poderes económicos; pero pongámoslo en manos, no de un Estado caduco ni de burócratas tecnocráticos, sino de una ciudadanía responsable: unos ciudadanos que formen parte de una  sociedad democrática y participativa, muy alejada de lo que hoy es la  nuestra. Construyamos mediante la acción y la concienciación esa nueva sociedad capaz y responsable, llamada a superar la pesadilla neoliberal en la que nos vemos sumidos.
¡es hora de AcTTuar!: ¡ACtúa! 


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