MUERTOS SOLOS Y ABANDONADOS

Antonio Aramayona – ATTAC CHEG Aragón
Mientras unos pocos hablan de salvar o no el euro, otros muchos a duras penas sobreviven en la soledad

El domingo pasado informaba EL PERIÓDICO DE ARAGÓN de que más de veinte personas, la mayoría ancianas, han muerto solas en sus casas durante el mes de agosto y los primeros días de septiembre en Zaragoza (cabe preguntarse cuántos centenares de personas más murieron en condiciones similares solo en España). La realidad a la que alude Rajoy como culpable de la crisis no reside tanto en los mercados, la prima de riesgo o las condiciones del rescate, cuanto en el lapso entre el primero y el último estertor de esos solitarios ancianos abandonados.

No tuvieron oportunidad de pedir auxilio, de musitar un último adiós a un ser querido o sentir un quedo beso en su frente. Su último mensaje fue solo una hosca prueba de su desventura: un buzón cada vez más lleno de papeles publicitarios, unas persianas en la misma posición durante días, un mal olor harto sospechoso. Mientras leía la noticia, iba deseándoles a todos y a cada uno el final corto y dulce que apenas conocieron en vida, una gratificante centella liberadora en su conciencia, un último suspiro de alivio y descanso.

ME ACORDÉ de inmediato también de tantos politicastros que estrangulan servicios públicos de primaria necesidad, que mal gestionan la ley de dependencia con la misma futilidad que portan en sus almas. Han recortado el 21% en educación y cultura, el 25% en ayudas a la investigación, el 65% en ayuda al desarrollo, pero solo el 9% en ese desvariado eufemismo llamado “Defensa”. A cada ciudadano nos corresponden 368 euros para costear el gasto militar anual y a cada uno de los veintitantos fallecidos solos en sus casas el mes pasado en Zaragoza también le correspondía 368 euros, que aumentaron hace unos días al aprobar el Consejo de Ministros un crédito extraordinario de 1.782 millones de euros para pagar las deudas contraídas por compra de armamento (entre 27.000 y 30.000 millones de euros). Como es sabido, Pedro Morenés presidía antes de ser nombrado ministro de Defensa varias empresas de construcción y venta de armamento.

España es un país donde la muerte cruel de animales ante miles de personas se convierte en fiesta nacional o rutilantes tradiciones locales, donde histriónicos soldados pagados con el dinero de todos se declaran novios de la muerte, donde la ciudad de Zaragoza aún tiene dedicada una calle al general franquista Millán Astray, que profirió en Salamanca el “necrófilo e insensato” grito “¡Viva la muerte!”, contestado dignamente por Miguel de Unamuno, donde perviven en el escudo de Aragón cuatro cabezas degolladas de moros-

ESE MISMO domingo, leíamos en este mismo diario que Anna Soubry, ministra británica de Sanidad, pide legalizar el suicidio médicamente asistido o el derecho de cada persona a decidir libre y responsablemente el momento y la forma de acabar su vida, pues le parece “atroz, ridícula y espantosa” una legislación que obliga a una persona a tener que viajar al extranjero para ello. Sobre muchos países europeos, incluida España, sobrevuelan prejuicios ideológicos que llevan a calificar asombrosamente como triunfo leyes canijas sobre muerte digna, cautivas de los dictados morales de algunas confesiones religiosas, especialmente la católica.

Frente a ello, cabe ante todo vindicar la dignidad de toda vida y de toda muerte, incluidas las de esas veinte personas muertas solas en Zaragoza. Es difícil morir bien si se vive mal. Es un acto de hipocresía social hablar de muerte digna si no se está dispuesto a emplear todos los medios y empeñar todas las fuerzas en hacer la vida digna. De hecho, me siento indigno cada vez que se me hacen presentes las decenas de miles de seres humanos que viven y mueren cada día indignamente en el mismo planeta que habito.

Sin conciencia alguna (no solo moral, sino simplemente mental) de lo que van perpetrando diariamente, deciden nuestros gobernantes, guiados sumisamente a su vez por los señores del dinero, las finanzas, la especulación, las armas y el poder en general, que viven magníficamente en sus inmaculados fanales de la acumulación y la explotación,.

LA REALIDAD de la crisis son sus consecuencias directas sobre los estratos más débiles y abandonados de la población. Mientras unos pocos hablan de salvar o no el euro, otros muchos a duras penas sobreviven en la soledad, la falta de recursos mínimos, el deterioro físico y anímico, hasta llegar a la indignidad de una vida indigente y una muerte rodeada de dolorosas incógnitas, que solo unos cuantos bomberos descubren al cabo de unos días con un espanto renovado en cada nuevo caso.

Quiero, en fin, rendir un homenaje de cariño a la memoria de esa veintena de muertos solitarios, glosando unos versos de Rudyard Kipling: que nadie viva muriendo irremediablemente, pues un ser humano solo admite vivir y morir con dignidad. Así puede también sonreír cuando llega la muerte, pues en ese momento sabrá que muere amando serenamente la vida.

Profesor de Filosofía

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