Paisajes después de las europeas

Antoni Domènech / G. Buster / Daniel RaventósSin Permiso


A juzgar por las portadas de los grandes periódicos del régimen en los días inmediatamente anteriores a las elecciones europeas del pasado 25 de mayo, la cosa se presentaba razonablemente tranquila. El gobierno del PP –del que directa o indirectamente dependen ahora financieramente todos esos medios—, bien que lentamente, estaba consiguiendo sacar al país de la maldita crisis: lo peor, gracias a Dios y a la Virgen del Rocío, ya habría pasado; “todo el mundo” podía empezar a ver las mejoras, y los grandes partidos “nacionales”, según distintas encuestas, contendrían su sangría electoral. El PP sufriría el lógico desgaste de la “difícil” gestión económica, pero tampoco sería una catástrofe. Y la “responsable” oposición del PSOE de Rubalcaba quizá se vería incluso premiada recobrando cierto pulso. Faltaba sí, tal vez, un poco de “pedagogía”, ese palabro que tanto les gusta a los pilares políticos del sistema (véase  PSOE; véase PP; véase CIU) y cuyo revelador significado etimológico es el de sacar a pasear un poco más a los nenes. Pero tras varios años de duro castigo laboral, policial y mediático, la estragada población se habría ido cansando de protestar “inútilmente” y parecía comenzar a resignarse a su suerte. Que no era otra que la que le reservaba el núcleo compartido de las “únicas políticas posibles”: rescate de las entidades financieras quebradas a costa del contribuyente, austeridad y consolidación fiscal –con blindaje constitucional express incluido—, retracción del gasto público, recorte de derechos sociales, autoritarismo empresarial recrecido, devaluación salarial, más desregulación y “flexibilización”, más privatizaciones y más represión y más limitaciones de libertades civiles básicas. Del problemón de Cataluña se habló en el debate protagonizado en Europa por los cabezas de lista de las cinco grandes formaciones políticas europeas; en nuestro peculiar “corral nublado” el “debate” quedó restringido a dos, y ni Valenciano ni Cañete llegaron siquiera a mencionarlo. En pocas palabras: el bipartidismo recuperaba vigor:
Es natural que después de tanta autohipnosis inducida, algunos despertaran el 26 de mayo transidos y sobresaltados.
Para los editorialistas de Libertad Digital –esa amalgama involuntariamente cómica de revisionismo neofranquista cañí y neoliberalismo paródico—, se avizora un panorama apocalíptico y los “presagios son pésimos“: “Si estos resultados marcaran tendencia, el bipartidismo que ha conformado la vida política de los últimos decenios podría tener los días contados. Quizá ni siquiera pudiera salvarlo un Gobierno de concentración (…) las fuerzas más encarnizadamente antiespañolas salen reforzadas de este envite, con resultados terroríficos en País Vasco, Navarra y Cataluña. El escenario en estas regiones se torna estremecedor. (…) Es la hora de los liderazgos fuertes y decididos. Liderazgos que sólo exhibe la extrema izquierda y el nacionalismo sedicioso. No hay manera de atenuar la gravedad del desafío.”  
Pero incluso un político tan corrido y experimentado como Felipe González se apresuró a alertar de la catástrofe que supondría para España y para Europa que prendan alternativas bolivarianas influidas por algunas utopías regresivas”, en alusión directa al fulminante éxito de Podemos, la gran sorpresa –y la gran alegría— de estas elecciones.
¿Qué teme González, el pragmático político de “mirada tontiastuta de gatazo castrado y satisfecho”, según le retrató para siempre el Premio Cervantes de literatura Rafael Sánchez Ferlosio? ¿Teme acaso que el “Consenso de Bruselas”, que ha dominado la política de la UE en estos últimos años alegremente avalado por Populares, Socialdemócratas y Liberales y que ha destruido –literalmente— la vida económica y social de la “periferia deudora” europea, termine políticamente como el Consenso de Washington de 1989, que destruyó –literalmente— la vida económica y social de las naciones latinoamericanas deudoras, imponiéndoles neocolonialmente –como se imponen ahora a la periferia europea— obligaciones de devolución de la deuda favorables a los bancos del Norte, [1] políticas procíclicas de austeridad y retracción del gasto públicos e insensatas políticas desregulatorias, privatizadoras y de devaluación salarial? González y el diario El País, que es como quien dice su casa, fueron en su día tan fanáticos partidarios de aquel “Consenso de Washington”, que no dudaron ni por un momento en aplaudir en 2002 el golpe de Estado contra el Presidente democráticamente electo de Venezuela, Hugo Chávez, quien fue el inicio de la reacción política “bolivariana” de América Latina a las devastadoras políticas neoliberales impuestas colonialmente desde el Norte. Esperemos que si la izquierda supuestamente “bolivariana” llega tan lejos en España como González parece temer, no tengamos que temer nosotros que ermine éste su nada edificante trayectoria política apoyando aquí también golpes de Estado.

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