Silvia Ribeiro – La Jornada
Aumenta el caos climático, con tormentas feroces fuera de tiempo y
lugar, inundaciones donde no las había, sequías interminables, olas de
frío o calor extremo, todo con impactos terribles para la gente común y
peores para los más vulnerables.
Sus causas están claras: la expansión del modelo industrial de
producción y consumo basado en combustibles fósiles (petróleo, gas y
carbón), principalmente para generación de energía, sistema alimentario
agroindustrial y urbanización salvaje. Urge cambiar el modelo y reducir
drásticamente la emisión de gases de efecto invernadero, única solución
real. Pero con el poder económico de las industrias beneficiadas y los
enormes subsidios que reciben de los gobiernos –a quienes retornan el
favor apoyando sus campañas políticas– cambiar o reducir realmente no
está en la agenda.
En lugar de ello, están armando una trampa global para seguir con sus
negocios como siempre, aparentando que hacen algo para enfrentar la
crisis. Su apuesta de frontera es la geoingeniería: manipular el clima
para tapar el sol y bajar la temperatura, remover los gases de la
atmósfera por medios tecnológicos y enterrarlos en fondos geológicos,
cambiar la química de los oceános, blanquear las nubes, entre otras.
Serían nuevas fuentes de negocios: seguir calentando el planeta y vender
la forma de enfriarlo.
Como todo en geoingeniería es de alto riesgo, razón por la cual está
bajo una moratoria en Naciones Unidas, la maniobra es comenzar por
algunas técnicas, para luego legitimar el paquete. Las que empujan
ahora, ante la inminencia de un nuevo acuerdo global sobre el clima que
se prevé tomar en París en diciembre 2015, se llaman CCS y BECCS, por
sus siglas en inglés, en castellano
captura y almacenamiento de carbonoy
bioenergía con captura y almacenamiento de carbono. Ambas vienen de la industria petrolera, que no las usa porque no son económicamente viables.
No es cualquier industria, es la más poderosa del globo. De las 12
mayores empresas del planeta, ocho son de petróleo y energía, dos son
comerciantes de alimentos y dos fabricantes de automóviles (Fortune,
2015). Son los sectores que según expertos son los principales
causantes del cambio climático. Sólo 90 empresas de petróleo, energía y
cemento (la mayoría privadas) son responsables de dos tercios de los
gases de efecto invernadero emitidos globalmente desde 1850 (R. Heede,
2014)
Las industrias de petróleo y energía manejan una infraestructura de
55 billones de dólares en todo el planeta. Tienen reservas aún no
explotadas estimadas en 25-28 billones de dólares. Un reciente informe
del Fondo Monetario Internacional (FMI, mayo 2015) agregó que los
gobiernos subsidian a esas industrias con 5.3 billones de dólares
anuales, o como calculó el diario británico The Guardian, 10
millones de dólares por minuto, durante todos los días del año 2015. Un
monto mayor que los gastos de salud sumados de todos los gobiernos del
mundo.
La suma estimada por el FMI incluye subsidios directos e indirectos,
como los enormes gastos de salud y ambiente imputables al uso de
combustibles fósiles. El informe fue contestado por fuentes
empresariales, alegando que son subsidios al consumo y que otros
combustibles también tienen impactos. Pero aún restando lo que le
disputan, se trata de cifras exorbitantes para las empresas más
contaminantes y ricas del planeta. La reforma privatizadora de la
energía en México, contribuye también a subsidiarlas.
Obviamente, la industria no va a renunciar a sus inversiones y
tampoco a los subsidios. Por eso, la geoingeniería es para ellas una
solución perfecta: seguir calentando el planeta y cobrar por enfriarlo.
A la captura y almacenamiento de carbono (CCS) le llamaban antes Enhanced Oil Recovery (recuperación mejorada de petróleo). Se trata de inyectar dióxido de carbono (CO2)
a presión en pozos de petróleo explotados, empujando las reservas
profundas hacia la superficie. No se usa porque es cara y lo extraído no
compensa la inversión.
Ahora, con el mágico cambio de nombre a CCS, afirman que al dejar el CO2
en los pozos, se retira de la atmósfera y es una medida contra el
cambio climático –que debe recibir créditos de carbono. Sostienen que
así contrarrestan emisiones de carbono de actividades contaminantes y el
resultado dará
emisiones netas cero. Con BECCS serían incluso
emisiones negativas, porque se plantan al mismo tiempo extensos monocultivos de árboles u otras plantas, que absorban carbono y así la suma daría negativo.
No hay ninguna prueba de que funcionen y los riesgos ambientales,
sociales y de salud de intentarlo son muy altos: no hay certeza de que
el CO2permanezca en el fondo, el escape es tóxico
para plantas, animales y humanos, contamina mares y acuíferos. Las
grandes plantaciones son una pesadilla, hay movimientos contra ellas en
todos los continentes, compiten con la producción alimentaria, por
tierra y agua, desplazan comunidades, devastan ecosistemas.
Además, instala una nueva forma de acaparamiento de tierras, ahora
subterránea, ya que no todos los terrenos son aptos para almacenar
carbono. Es muy preocupante que empresas y gobiernos promotores de CCS
ya han elaborado Atlas de almacenamiento geológico de CO2, que
facilitarán ese acaparamiento. Existen para Norteamérica, Europa y
México, éste último financiado por la Secretaría de Energía.
Shell ya está diciendo que se debe pagar a las petroleras para salvar
al planeta del cambio climático con CCS y BECCS. Sería el colmo de la
perversión: pagar a los culpables del caos climático, para que extraigan
más petróleo y encima cobren por seguir contaminando.
Investigadora del grupo ETC
ATTAC CyL no se identifica necesariamente con los contenidos publicados, excepto cuando son firmados por la propia organización.
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