La renta básica (RB), una asignación monetaria incondicional a toda la población, es una propuesta que viene discutiéndose desde hace unas pocas décadas en ámbitos académicos, en distintos parlamentos y en algunos movimientos sociales, notablemente en el 15-M. Empezó a defenderse, aunque en círculos muy minoritarios, a mediados de la década de los 80 del siglo pasado. Muchos de los que defendemos la RB, consideramos que se trata de una propuesta muy recomendable tanto en las épocas de bonanza económica (sic) como en una de crisis depredadora como la actual. Pero, dadas las consecuencias para la gran mayoría de la población no rica en lo que respecta a las condiciones de vida y trabajo, la RB es una propuesta si cabe más necesaria en una situación de crisis.
Al mismo tiempo, aunque más necesaria como se argumentará, a la RB se la contempla como una propuesta más “difícil” políticamente. La RB apunta como un tema espinoso de difícil concreción política (tema “utópico”, como gusta a tantos decir) porque va, efectivamente, a contracorriente de las medidas de política económica que se están llevando a cabo desde el inicio de la crisis. Aunque acostumbran a proclamar justamente lo contrario tanto los gobiernos de la UE, como un buen número de académicos dogmáticos, así como los tertulianos campeones del totum revolutum, no existe una política económica neutra que beneficie a toda la población, o que sea necesaria adoptar para que “todos” salgamos beneficiados en el futuro, o que técnicamente sea la única razonable o posible o imprescindible.
Herramienta de política económica
Resulta hasta ridículo, si no fuera por las terribles consecuencias que ello tiene para gran parte de la población, el parloteo constante de los supuestos peligros de un gran déficit público que se ha convertido en algo de “sentido común” y es “lo que la ‘gente muy seria’ usa para proclamar su seriedad”, en certeras palabras de P. Krugman. Cualquier política económica es primero política y después económica, primero se decide (políticamente) a quién se va a favorecer y después se aplica la instrumentación (económica) que va a concretarlo. Por decirlo con el gran economista J.K. Galbraith: “[L]a economía no existe aparte de la política, y es de esperar que lo mismo siga sucediendo en el futuro.” Décadas después de haber sido escritas estas palabras, sigue sucediendo, por supuesto.
No existe el mercado en singular. Existen muchos mercados y con características muy diferentes entre ellos. El mercado de antiguos discos de vinilo, y el mercado financiero (si es que aquí está justificado hablar en singular) poco tienen en común, el de mercancías pornográficas y el de productos de la iglesia católica, aparentemente tampoco, etc. La configuración de un mismo mercado varía también históricamente. Mero ejemplo: la ley Glass-Steagall, vigente de 1933 a 1999 en EEUU, configuró unos mercados financieros harto diferentes a los modelados por la ley Gramm-Leach-Bliley que sucedió a la anterior. El mismo mercado tenía una configuración política distinta en uno y otro momento. Absolutamente todos los mercados están configurados políticamente y son producto de la intervención más o menos intensa, más o menos ausente, del Estado, mediantes legislaciones, normas, decretos y regulaciones. No se trata solamente de la mayor o menor regulación de los mercados, sino de cómo están configurados para favorecer a unos u otros grupos, a unas u otras clases sociales. Cualquier mercado es el resultado de opciones políticas que se concretan en determinados diseños institucionales y reglamentaciones jurídicas.
La RB debe entenderse como un componente de una configuración determinada de los mercados. La RB sería una medida de política económica para garantizar la existencia material de toda la población. Una alternativa bien clara a lo que hoy impera.