Tras los enormes errores cometidos en América Latina y el sudeste asiático, el Fondo Monetario Internacional (FMI) agonizaba; pero, mira por dónde, la crisis económica vino a reanimarlo y a otorgarle un protagonismo que creía definitivamente perdido. Cambio tan brusco ha provocado, a su vez que su comportamiento sea irregular y espasmódico. En ocasiones, no parece el FMI de siempre, cuando reconoce que en los países del sur de Europa, y más concretamente en los casos de Grecia y Portugal, se ha extralimitado con la política de recortes, generando efectos contrarios a los perseguidos, o cuando exhorta a Alemania a una política más expansiva. Pero, en otras, emerge su auténtico espíritu y retorna a la tradición más clásica y al catecismo. Eso es lo que ha ocurrido el otro día cuando se despachó proponiendo que en España se realice un gran pacto en el que se acuerde un descenso de los salarios del 10% (más de lo que ya se han reducido) y que, como contrapartida, los empresarios se comprometan a crear empleo. Nadie dice nunca de qué modo se puede formalizar el compromiso de los empresarios.
Tan inteligente medida ha sido rápidamente acogida por la Comisión Europea, en la actualidad digna émula del FMI en la defensa del vetusto y fallido Consenso de Washington. El muy competente (a juzgar por sus muchos éxitos y previsiones acertadas) comisario Olli Rehn en su blog, bajo el pretexto de que algo ocurría y no nos estábamos enterando (canción de Bob Dylan), nos exhorta a seguir la senda marcada por el Fondo y advierte de que aquellos que lo rechacen “cargarán sobre sus hombros la enorme responsabilidad del coste social y humano”.
Supongo que, como siempre, el argumento que barajan es el de la competitividad, olvidando, también como siempre, que en todo caso la competitividad dependerá de los precios; desde luego, no solo, ya que hay otros muchos factores que también influyen como la calidad, el diseño o las técnicas de mercado. Pero sobre todo es preciso resaltar que entre precios y salarios no se da una relación perfecta. En primer lugar, porque existen otros muchos costes que intervienen en el precio: la energía eléctrica, los combustibles, las comunicaciones, los gastos financieros (y da la casualidad de que, por el hecho de estar en la Unión Monetaria, las empresas españolas pagan un tipo de interés casi triple que el de Finlandia, país de origen de Olli Rehn). En segundo lugar, porque, además de los costes, en el precio influye el excedente empresarial y lo que suele ocurrir con frecuencia es que los salarios descienden, los precios se incrementan y los beneficios de los empresarios (de algunos, más bien de muchos) engordan.
Se ha instalado en la opinión pública un mantra totalmente falaz pero ampliamente extendido: la idea de que durante los primeros años del euro los costes laborales en España crecieron más que en Alemania, lo cual es erróneo, si se consideran, tal como hay que hacerlo, en términos reales, descontando precios. Porque estos sí fueron los que se incrementaron más, ocasionando que aumentasen más a su vez los beneficios empresariales. Lo único que hicieron los salarios, y eso tan solo parcialmente, fue defenderse del encarecimiento del coste de la vida.
La pretensión de ganar competitividad reduciendo los salarios, en consonancia con lo que plantean los dogmáticos del FMI, de la Comisión y también muchos en España, amén de la injusticia que comporta, se enfrenta con dos grandes obstáculos. El primero, que la demanda interna constituye casi el 80% de la demanda total y que lógicamente se resentirá con la bajada de salarios hasta el punto de compensar con creces la presunta pequeña mejora que se pueda obtener en el mercado exterior. El segundo obstáculo consiste en que si nosotros consiguiésemos ser más competitivos, por fuerza otros tendrían que serlo menos (juego de suma cero), con lo que es de esperar que reaccionen de la misma manera bajando a su vez los salarios, lo que nos devolverá al punto de partida. La única diferencia radicará en que los trabajadores de todo el mundo verán empeorar sensiblemente su situación.
Olli Rehn, en lugar de predicar la bajada de salarios, podría reclamar a su colega Draghi que modifique su política monetaria, esa política impuesta por Alemania, de euro fuerte, que ha permitido la apreciación de la moneda europea frente al dólar, al yen, a la libra y al resto de divisas con la correspondiente pérdida de competitividad difícilmente compensable con la bajada de salarios. Política quizá apropiada para Alemania pero desastrosa para otros muchos países.
Las proclamas del FMI y del comisario Olli Rehn han conseguido suscitar una rara unanimidad en el interior del país, la crítica ha surgido desde todos los ángulos, incluso desde la patronal. Crítica y oposición en muchos casos un tanto hipócritas, porque lo más triste de esta historia es que, de permanecer en la Unión Monetaria, las exhortaciones del comisario se harán realidad: continuarán reduciéndose los salarios, que para eso se hicieron las dos reformas laborales. La amenaza del desempleo y el ejército de reserva harán su tarea sin necesidad de que el FMI o la Comisión tengan que proponerlo.
Las protestas actuales de todos los que en el pasado apoyaron la constitución de la moneda única solo pueden estar basadas en la estulticia o en el cinismo, porque era evidente que una vez creada la Unión Monetaria, ante cualquier perturbación, la imposibilidad de devaluar la moneda convertiría el desempleo y los salarios en variables de ajuste. Esa era una de las razones, entre otras, por la que algunos estuvimos desde el principio en contra del euro.
A primera vista, extrañan las declaraciones de la patronal disintiendo de la propuesta del comisario; pero bien mirado es fácil encontrar la explicación. Los empresarios saben muy bien que los salarios continuarán bajando por la fuerza de los hechos, del mercado y de las leyes laborales. ¿Para qué hacerlo explícito y alarmar al personal? Hay cosas, pensará el presidente de la patronal, que cuanto menos se hable de ellas, mejor, lo importante es que se hagan y para que se hagan ya se encargan ellos de exigir al Gobierno, por ejemplo, otra vuelta de tuerca en la reforma del mercado laboral, reclamando que los contratos a tiempo completo se puedan convertir en contratos a tiempo parcial.
Del artículo del comisario Olli Rehn conviene resaltar además otros tres aspectos. Para empezar, la ignorancia que parece tener de las cifras que publica su propia comisaría. En el informe de primavera de Statiscal Annex of European Economy (cuadro 34) se muestra la evolución de los costes laborales unitarios en términos reales (2005 = 100). Los datos que ofrece para España y Letonia como previsiones para 2013 son prácticamente similares (94,2 y 94,0, respectivamente). Es decir, desde 2005 en ambos países se han reducido en torno a seis puntos. El caso de Irlanda sin embargo es muy diferente, la previsión para 2013 es de 102,2. No solo no han disminuido sino que se han incrementado en 2,2 puntos. No parece por tanto que la comparación del comisario sea muy afortunada. Podría quizá haberse fijado en Grecia donde los costes laborales unitarios han disminuido desde 2005 casi 15 puntos (85,8), pero no creo yo que la situación de Grecia sea precisamente para envidiar. En todo caso es triste que el comisario finlandés nos ponga como ejemplo a Letonia, país cuya renta per cápita no llega al 50% de la media de la UE.
El segundo aspecto destacable es el de la responsabilidad. Enorme responsabilidad hay, sin duda, pero no de los que rechazan bajar los salarios sino de los que han creado y apoyado esta ratonera llamada Eurozona en la que nos encontramos con un coste social y humano insostenible. El tercero y último hace referencia a la canción de Bob Dylan “Algo está pasando y hay un tal Mr. Jones que no se está enterando”. Ciertamente muchas cosas y muy graves están pasando y hay muchos misters Jones, entre ellos Olli Rehn, que no se están enterando o más bien que no se quieren enterar de que el proyecto de Unión Monetaria tal como está diseñado no tiene salida y de que los recortes fiscales o la bajada de salarios no consiguen más que empeorar la situación.
Artículo publicado en República de las Ideas