Como bien nos enseña Jorge Alemán, “la realidad está constitutivamente construida por discursos”. Si bien la Escuela de Frankfurt ya nos señaló los peligros de la emergencia del Discurso Capitalista (con mayúsculas) que se pretendía monolítico y sin fisuras, los años 80 vinieron a envolverlo en celofán con el “No hay alternativas” de Margaret Thatcher.
¿Qué tipo de argumentos nos hemos dado como sociedad europea para dar permiso a las instituciones de la UE en su intervención en Grecia? ¿Cuál ha sido la trama de consentimientos implícitos que nos han llevado a desembocar en esta crisis internacional de soberanía?
En primer lugar, deberíamos fijar nuestra atención sobre la construcción cultural del significado del centro de Europa frente a la “periferia”. Es curioso constatar cómo se ha construido este antagonismo de modo que se solapa de un modo casi perfecto con los valores neoliberales. Frente al Sur que ha quedado designado alrededor del eje “lo retrasado, lo popular, lo material, lo ingobernable, el derroche, lo irracional”, Alemania (y por extensión la Troika) se ha erigido como encarnación del progreso, el prestigio, la innovación, el orden, la disciplina y la contención, sin que existan ni en un caso ni en el otro elementos reales que permitan tal generalización. Han sido las élites económicas del Sur, las que desde una posición de inferioridad que buscaba ser revertida a través del “permiso a pertenecer” las que reforzaron a través de su emulación esta dicotomía.
Este mismo discurso incorporado en los medios de comunicación europeos y en los medios griegos, controlados por la oligarquía helena, contribuyeron a invisibilizar durante la época de “bonanza” previa al estallido de la crisis de 2008, la inacción de los gobiernos griego, español, italiano y portugués para impulsar cambios institucionales y de operativa en el Banco Central Europeo, así como el aumento paulatino de los beneficios que los bancos franceses y alemanes estaban obteniendo con las burbujas inmobiliarias del Sur de Europa. De igual modo, bajo este discurso de estigmatización del Sur, se ocultó que tras seis años de obediente aplicación de las medidas de austeridad por parte del último gobierno griego, Grecia perdió el 25% del PIB y tenía al 60% de su juventud en el paro. Frente a este enorme antagonismo discursivo, la situación griega ha puesto otros elementos importantes de relieve.
- Tecnocracia y Política
Martin Schulz, presidente del Parlamento Europeo, socialdemócrata, abogó por la sustitución del Gobierno de Syriza democráticamente elegido por otro conformado por tecnócratas. De igual manera, en pleno proceso negociador de la deuda, el propio Tsipras afirmaba: “si pudiese quedar a solas a cenar con Ángela Merkel encontraríamos una fórmula de solución en menos de dos horas”. La negación del lado ideológico del proceso tiene un componente ideológico en sí mismo que ha sido enmascarado por el barniz de “lo técnico” y no basado en decisiones políticas. Nos encontramos frente al mito de la administración neutral y la “buena gestión” del que tanto se sirve el neoliberalismo como barrera. Es el mismo“conocimiento neutral experto” que expulsó a Varoufakis del propio proceso negociador o que estamos viendo en las negociaciones del TTIP en la Comisión Europea. Al fin y al cabo, no es la gestión el punto débil del Sur de Europa, sino como afirmaba el Financial Times “El vínculo más débil de la eurozona es el de los votantes”…
- Culpa y Castigo
Frente al Silencio Ruidoso del que nos habla Boaventura de Sousa con el que nombra el hecho de que el sufrimiento social no esté encontrando espacios para decirse frente a la imposición de la “lógica del sacrificio” que está sustentando las medidas de austeridad, nos encontramos con un eje discursivo que encuentra un amplio eco en países de importante tradición católica (ortodoxa en el caso griego). Se trata de hacer entender la deuda, el hecho económico de la deuda (utilizado como dominación política y elemento de control y dependencia) como un proceso de culpa nacional que se corrige mediante la expiación, el sacrificio y la aplicación de correctivos a “vagos y derrochadores” que no se individualizan sino que se difuminan entre la población en general. Es interesante observar cómo, frente a otros procesos de deuda, el discurso asociado cambia.
Así, si frente a la deuda bancaria se asimiló el chantaje: “si yo caigo, tú caes conmigo”; frente a la deuda de países como Estados Unidos se expresa desde términos de control de la situación o negociación, en el caso griego y del Sur de Europa se busca la imagen social de la humillación (esas fotografías de colas frente a los cajeros automáticos tan interesadamente repetidas…)
- Naturalización del poder neoliberal
¿Por qué no se nombró la situación en Grecia, antes de la llegada al gobierno de Syriza como “crisis humanitaria”? No sólo se había reducido el PIB en un 25% y el déficit presupuestario en un 15%. No sólo existía un 60% de desempleo juvenil y un 40% de niños en situación de pobreza. Se había doblado el índice nacional de pobreza, había aumentado la tasa de suicidios y la de mortalidad infantil. Se había producido la desregulación total del mercado de trabajo y junto a la destrucción productiva y la emigración masiva, derechos sociales básicos como la sanidad estaban encontrando su última expresión en consultas médicas y farmacias sociales.
¿Por qué desde los medios de comunicación y espacios de análisis político en ningún momento se utilizó esta expresión? La capacidad del neoliberalismo para hacer pasar por natural un dogma económico que sitúa “lo catastrófico” en todo aquello que se sitúa fuera es una de las razones. Los programas de austeridad que están generando estas crisis humanitarias en el sur europeo cuentan con un mecanismo ideológico previo por el cual se desplaza la culpa de las élites económicas a la población en general. Fue Mario Draghi quien participó a través de Goldman Sachs en la falsificación de los libros de cuentas griegos que permitieron su entrada en la eurozona y los propios “altos funcionarios de la UE” quienes potenciaron una situación de “neo-protectorado” a través de la dependencia de los sectores turístico e inmobiliario y el aumento de las exportaciones de los productos alemanes a los países periféricos, contribuyendo a profundizar la división europea del trabajo por la que el Sur de Europa vive su propio proceso de “maquilización” en forma de precariedad e impulso de los sectores de bajo valor añadido.
Aún no hemos visto que se exijan responsabilidades personales o profesionales a quienes ostentaban cargos de representación pública y que llevaron a Grecia a esta situación.
- Lobby financiero y Soberanía
Fue Varoufakis quien nombró el proceso de negociación de la deuda griega como un “golpe de Estado financiero”. Poniendo sobre la mesa el hecho de que las instituciones europeas estaban utilizando el euro como instrumento de dominación económica y política en nombre de un gran lobby que había sustituido a la soberanía europea, fue después Juncker quien apuntaló, aunque desde la dirección opuesta este edificio argumental remarcando: “no puede haber decisiones democráticas contra los tratados europeos”.
Es interesante poner el acento sobre el hecho de que han cambiado los mecanismos de coerción, que, siguiendo lo que planteaba Foucault en “La microfísica del poder”, nos encontramos ante la invisibilización del “enemigo” que, ante intervenciones contrarias a la soberanía nacional, impide una articulación clara de respuesta. El uso de la amenaza y el dictado de condiciones encontraron su eco en los medios de comunicación bajo la terminología “neutra” de la “negociación” cuando en realidad se estaba dando un proceso de acumulación de arbitrariedades. En mitad de la fase más dura de conversaciones tanto la socialdemocracia europea como los conservadores se situaron en la denuncia de Grecia por su “incapacidad de acatar”, su “estrategia de conflicto” y su “intransigencia”, reforzando la visión de desigualdad que subyace en la propia petición de humildad y contribuyendo mediáticamente al descrédito de las alternativas.
- Emergencia de una nueva posibilidad
Llama la atención también el cambio discursivo dentro de las “alternativas políticas”. Si bien la socialdemocracia europea de los años 60 llevaba en sus programas medidas fiscales que en la actualidad serían tachadas como gestos desafiantes y radicalidad, demostrándonos el dominio hegemónico del neoliberalismo en Europa en las últimas décadas, el caso de Syriza nos muestra que la apelación al país, a la construcción de un nuevo significado del “orgullo nacional” a través de la denuncia de los memorandos, el recuerdo de las aún no resueltas reparaciones de guerra de Alemania a Grecia, así como el hecho clave de poner en el centro la soberanía y la denuncia de la pérdida de ésta ante los organismos económicos internacionales y los intereses lobbystas que habitan en su seno, marcan un nuevo camino para la articulación discursiva del Sur de Europa. La resignificación de la noción de país y de la afectividad relacionada con el sentido de soberanía, muestran una posible puerta de salida democrática a la actual crisis de significado europea frente al riesgo del auge de los nuevos fascismos y la xenofobia.
La búsqueda de un cambio en la correlación de fuerzas, que lograse integrar junto a los países del Sur de Europa, las demandas de una Europa del Este igualmente “estigmatizada”, así como la capacidad de tender puentes desde el propio sur de Europa al Sur Global de cara a revertir la búsqueda continua del neoliberalismo del “ejemplo negativo” que demuestre que “es imposible” generar un modelo alternativo al actual, nos puede reconciliar con la creencia de que, una vez más citando a Alemán que cita al poeta, “sólo en el peligro de la política puede crecer lo que nos salva”.