Carlos Martínez García
Politólogo y Presidente de ATTAC Andalucía
Juan Torres López
Catedrático de economía y miembro del Consejo Científico de ATTAC España
Las
Marchas de la dignidad que ha congregado a más de un millón de personas
en Madrid el pasado fin de semana suponen un antes y un después que a
nadie puede dejar indiferente.
Por mucho que quiera disimularlo el
gobierno del PP, que una vez más recurre a la mentira como arma
política al vincular la marcha a los incidentes violentos que su propia
torpeza policial ha causado, la movilización ha sido una expresión
plural y democrática del rechazo que concitan las políticas que se están
aplicando en los últimos años.
Los hechos son indiscutibles: de
la mano de las reformas puestas en marcha por Zapatero desde que se
rindió ante la Troika y más tarde por Rajoy, España es el país europeo
donde más crecido la desigualdad y donde más se ha concentrado la renta
en los grupos ya de por sí más ricos. Las reformas financieras, la
laboral y los recortes sucesivos en gasto social, lejos de mejorar la
situación económica han provocado más paro, más deuda, más cierre de
empresas y más pobreza y sufrimiento en millones de personas. Han
permitido recuperar el beneficio de las grandes empresas y el de los
bancos pero desde cualquier otro punto de vista son un completo
desastre, no solo económico sino político y social, porque también están
significando un desmantelamiento de la ya de por sí limitada democracia
y un incremento de las brechas sociales de todo tipo.
Es así
porque, como muchos venimos denunciando ya desde 2007 que podría pasar,
la crisis se ha convertido en una simple excusa para llevar a cabo las
políticas de concentración de poder y riqueza que hasta entonces no se
habían atrevido o no habían podido aplicar las élites.
Pero una
respuesta tan gigantesca como la del sábado pasado en Madrid indica que
cientos de miles de personas se han puesto ya definitivamente en pie
para acabar con todo esto y para evitar que se siga produciendo la
ignominia. Porque no puede ser que se sigan dando privilegios a los
banqueros que han provocado la crisis en lugar de hacerles pagar por sus
responsabilidades. Porque no hay derecho a que paguemos miles de
millones en intereses de una deuda ilegítima y que no haya después lo
suficiente para hacer frente a los gastos que requiere la economía y las
estructuras esenciales de bienestar social. Porque no hay derecho a que
las grandes fortunas y empresas sigan defraudando y apenas paguen
impuestos mientras que se saquea a las rentas más bajas. Porque no hay
derecho a que la justicia ampare a los corruptos ni a que se indulte por
doquier a los pocos que no tiene más remedio que condenar. Porque no
hay derecho a que se nos impongan desde fuera, sin que podamos decidir
por nosotros mismos, políticas que está a la vista que solo crean más
paro, más deuda y menos capacidad de generar riqueza sostenible y
respetuosa con nuestro planeta con el único beneficio de enriquecer a
unos pocos. Porque no hay derecho que hayan desahuciado de sus viviendas
a docenas de miles de personas por deberle unos cientos de euros a los
bancos que nos han robado miles de millones y que ahora se pongan a la
venta a precios de saldo para que se forren los fondos buitre y
especulativos.
Por eso, la Marcha que el sábado ocupó Madrid ni es el final ni es la respuesta de unas cuantas fuerzas o corrientes políticas.
La
Dignidad que la ha impulsado es el comienzo de nuevas marchas que van a
culminar sin remedio en la única solución que tiene España: paralizarlo
todo para paralizar estas políticas tramposas, antidemocráticas,
injustas y fracasadas. Y, por supuesto, esto no lo va a conseguir ni un
partido ni unos cuantos, ni algunos sindicatos y ni siquiera personas,
por muchos millones que sean, de una única sensibilidad social o
corriente política. Detrás de la Dignidad que mueve estas marchas hay y
deben estar personas decentes de todas las corrientes e ideologías (y
también, claro está, las organizaciones de todo tipo que anteponen esos
sentimientos a cualquier otro interés propio) que simplemente quieren
cosas tan elementales como que no se impongan medidas injustas sin
debate social, que se encierre a los ladrones y que los jueces corruptos
se vayan con ellos, que los gobiernos den cuentas de lo que hacen y que
el dinero de todos no vaya solo a los de arriba, como viene pasando
siempre, sino que se facilite con él, de la forma más transparente
posible y previa la contribución de todas las personas, la creación de
riqueza, el empleo y el cuidado de los seres humanos y de la naturaleza.
Aunque
una parte importante de quienes fueron en Marcha a Madrid ya han vuelto
a sus lugares de origen, sabemos que la inmensa mayoría seguirá
trabajando y difundiendo la denuncia de lo que está pasando y la
convicción de que no se podrá acabar con ello sin la movilización de la
gente en las calles, en sus centros de trabajo, en las manifestaciones y
más tarde, cuanto toque, en las elecciones, para echar cuanto antes de
las instituciones a quienes han aplicado y aplican las políticas que
denunciamos.
Hoy día ya no se disimula que la Troika y los grandes
poderes financieros y empresariales desean y están buscando por todos
los medios que el próximo gobierno sea de consenso entre el PP y el
PSOE. Otra componenda para tratar de vencer las resistencias que saben
que irán a más frente a las medidas que quedan por aplicar y ante los
efectos cada día más graves y evidentes de las que se han tomado hasta
ahora.
Es fácil aventurar el efecto que tendrían un gobierno de
ese tipo, a la vista de lo que han sido capaces de hacer cada uno por
separado desde mayo de 2010 hasta la fecha, y por eso es imprescindible
que el espíritu y la forma de hacer de las Marchas se extienda por toda
la sociedad, haciendo lo imposible para se acerquen a ellas todas las
personas que con independencia de su origen, su ideología o su
sensibilidad política sienten vergüenza por lo que viene ocurriendo en
España y no están dispuestas a consentir más injusticia, más corrupción,
más privilegios para los de arriba y más mano dura para los de abajo.
El
sábado, un clamor de dignidad protagonizado por miles y miles de
personas inundó Madrid, un clamor que se debería extender a partir de
ahora por toda nuestra geografía, pacífica, democrática y alegremente
hasta paralizarlo todo para que todo el mundo exprese su rechazo a tanto
engaño y tanta injusticia e incluso incompetencia. Paralizarlo todo
para paralizar la ignominia: no hay otro camino posible para abrir una
necesaria brecha en el bloque gobernante que es el auténtico responsable
de lo que está ocurriendo en España.
Artículo publicado en Público.es
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