ATENAS – Los meses de negociaciones entre nuestro gobierno y el Fondo Monetario Internacional, la Unión Europea y el Banco Central Europeo han producido pocos avances. Una de las razones es que todas las partes se están centrando demasiado en los compromisos que debe conllevar la próxima inyección de liquidez y no lo suficiente en una visión de cómo Grecia puede recuperarse y desarrollarse de forma sostenible. Si hemos de salir del estancamiento actual, tenemos que apuntar a lograr una economía griega saludable.
Para alcanzar una
recuperación sostenible es necesario emprender reformas sinérgicas que
destraben el considerable potencial del país y permitan su desarrollo
mediante la eliminación de los cuellos de botella en varios ámbitos:
inversión productiva, otorgamiento de créditos, innovación, competencia,
seguridad social, administración pública, poder judicial, mercado
laboral, producción cultural y, por último pero no menos importante, la
gobernabilidad democrática.
Estos siete años de
deflación por sobreendeudamiento, agravada por la perspectiva de una
austeridad sin fin, han diezmado la inversión privada y pública y
obligado a los bancos, sumidos en un estado de gran fragilidad y
ansiedad, a dejar de otorgar préstamos. Ante una situación en que el
gobierno no tiene margen de maniobra fiscal y los bancos griegos se
encuentran agobiados por la morosidad, es importante movilizar los
activos restantes del estado y destrabar el flujo del crédito bancario a
las partes sanas del sector privado.
Para lograr que la
inversión y el crédito vuelvan a niveles que permitan que la economía
entre en velocidad de arranque, será necesario crear dos nuevas
instituciones públicas que trabajen codo a codo con el sector privado y
las instituciones europeas: un banco de desarrollo que aproveche los
activos públicos y un “banco malo” que permita al sistema bancario salir
de la gran carga que significan sus activos improductivos y volver a
dar crédito a las empresas rentables y orientadas a la exportación.
Imaginemos un banco
de desarrollo que apalanque garantías comprendidas por el patrimonio que
el estado haya conservado tras las privatizaciones, además de otros
activos (por ejemplo, bienes raíces) que fácilmente se puedan valorizar
(y convertir en garantías) mediante la reforma de sus derechos de
propiedad. Imaginemos también que este banco vincula el Banco Europeo de
Inversiones y los 315 mil millones de euros (350 mil millones de
dólares) del plan de inversiones
propuesto por el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude
Juncker, con el sector privado de Grecia. En lugar de verse como una
venta de liquidación para llenar agujeros fiscales, la privatización
sería parte de una alianza por el desarrollo del país entre los sectores
público y privado.
Imaginemos además que
el “banco malo” ayuda al sector financiero (que en medio de la crisis
ha sido recapitalizado generosamente por los atribulados contribuyentes
griegos) a cambiar su carga heredada de morosidad y desatascar su
entramado financiero. Como consecuencia del efecto beneficioso del banco
de desarrollo, regresarían los flujos del crédito y las inversiones a
los hasta ahora áridos terrenos de la economía griega, ayudando con el
tiempo a que el banco malo vaya dando utilidades y se convierta en
“bueno”.
Por último,
imaginemos el efecto de todo esto sobre el ecosistema financiero, fiscal
y de seguridad social de Grecia: si las acciones de los bancos suben
con rapidez, se irían reduciendo y extinguiendo las pérdidas sufridas
por nuestro Estado debido al rescate financiero, a medida que se vaya
valorizando el patrimonio que tiene en ellos. Mientras tanto, los
dividendos del banco de desarrollo se canalizarían a los tan sufridos
fondos de pensiones, que fueron abruptamente descapitalizados en 2012
(debido al “recorte” a su cartera de títulos del estado griego).
En este escenario, la
tarea de reforzar la seguridad social se completaría con la unificación
de los fondos de pensiones, el aumento de las contribuciones por el
alza del nivel de empleo, y el regreso al sector formal de los
trabajadores condenados a la informalidad por la brutal desregulación
del mercado laboral durante los años oscuros del pasado reciente.
Es fácil imaginar una
Grecia en fuerte recuperación como resultado de esta estrategia. En un
mundo de rendimientos extremadamente bajos, se la vería como una
excelente oportunidad y recibiría un flujo constante de inversión
extranjera directa. Pero, ¿por qué esto habría de ser diferente de las
entradas de capital previas a 2008 que impulsaron el crecimiento
financiado por el endeudamiento? ¿Podría realmente evitarse otro esquema
Ponzi en lo macroeconómico?
Durante la era de
crecimiento a lo Ponzi, los bancos comerciales canalizaron los flujos de
capital en un frenesí de consumo, mientras que el estado lo hacía en
una orgía de adquisiciones sospechosas y un descarado despilfarro. Para
asegurarnos de que esta vez sea diferente, Grecia tendrá que reformar su
economía social y su sistema político. La creación de nuevas burbujas
no es la idea que nuestro gobierno tiene del desarrollo.
Esta vez, en cambio,
el nuevo banco de desarrollo tomaría la iniciativa en la canalización de
los escasos recursos generados por el país hacia inversiones
productivas bien seleccionadas, como empresas emergentes, compañías de
tecnologías de la información que utilicen talento local, empresas
agro-orgánicas pequeñas y medianas, compañías farmacéuticas orientadas a
la exportación, iniciativas para atraer a la industria cinematográfica
internacional hacia lugares de filmación locales, y programas educativos
que aprovechen la producción intelectual y los incomparables sitios
históricos de Grecia.
Mientras tanto, las
autoridades reguladoras griegas estarían muy atentas a cómo se otorgan
los préstamos comerciales, al tiempo que el freno a la capacidad de
endeudamiento impediría a nuestro gobierno volver a caer en los viejos y
perniciosos hábitos que acabaron causando déficits primarios en las
cuentas fiscales. Los carteles, las prácticas de facturación
anticompetitivas, las profesiones colegiadas insensatamente y una
burocracia que tradicionalmente ha convertido al estado en una amenaza
pública pronto descubrirían que nuestro gobierno es su peor enemigo.
En el pasado, las
barreras para el crecimiento se debieron a una alianza impía entre los
intereses oligárquicos y los partidos políticos, prácticas de
contratación escandalosas, clientelismo, medios de comunicación que han
sufrido intervenciones de forma permanente, bancos demasiado
complacientes, autoridades fiscales débiles y un poder judicial
sobrecargado y temeroso. Sólo la brillante luz de la transparencia
democrática puede eliminar esos obstáculos, y nuestro gobierno está
decidido a ayudarla a relucir.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
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