martes, 18 de septiembre de 2012
CRISIS: ¿DEJARSE ARRASTRAR O TOMAR LAS RIENDAS DE NUESTRO PROPIO DESTINO?
Ha pasado un lustro desde el inicio de
la crisis de las hipotecas subprime. Cuatro años desde la caída de
Lehman Brothers. Dos años y medio desde el inicio de las políticas de
recortes de derechos sociales en España. Menos de dos años desde que nos
“enteramos” que buena parte de los bancos y cajas españolas estaban más
para allá que para acá, porque en vez de ser prudentes y cautos, se
habían jugado el dinero de los depositantes, y más que habían pedido
prestado, en el casino inmobiliario y especulativo. Y ahora, el Gobierno
de España escenifica que se está pensando si pedir o no el rescate. Es
decir, reconoce que de nada han servido todas las políticas seguidas en
este tiempo, y encomienda su futuro a una troika especializada en dictar
caminos de servidumbre.
En diciembre pasado, al pensar sobre
todo esto, escribí dos artículos con el título “¿Debería España salir
del euro? Cuanto antes, es tarde” (ver aquí y aquí).
En los mismos defendía la opción de salir del euro, de tomar las
riendas de nuestro destino, aún a sabiendas de que inicialmente ello
supondría un duro golpe para la economía española. Entendía que esto era
preferible a la opción de dejarse arrastrar, que no era otra cosa más
que una muerte a cucharillas, un camino recto y seguro para seguir
empeorando en lo relativo a la garantía de los derechos sociales.
La opción de tomar las riendas no la
entiendo como el impulso sin más de recetas keynesianas de reactivación
de la demanda, el consumo y la producción. Es preciso superar el mito
del crecimiento económico ilimitado, objetivo por excelencia del sistema
capitalista y que a todas luces se ha mostrado dañino con las personas
(aumento de las desigualdades sociales) y con la Naturaleza (explotación
y destrucción de espacios y recursos naturales).
La opción de tomar las riendas sería
para construir otra sociedad y otra economía, donde prime lo
comunitario, lo público, la austeridad en la manera de satisfacer las
necesidades humanas y el establecimiento de reglas del juego que pongan a
las personas en primer lugar. Ello frente a la tendencia perversa que
en las últimas décadas ha supuesto procesos de acumulación de renta y
riqueza en pocas manos. Claro…esta nueva sociedad y economía no es el
capitalismo, pero es que el capitalismo ya no nos sirve. Su etapa actual
de desarrollo ha hecho añicos el supuesto contrato social representado
por el Estado del Bienestar que surge tras la II Guerra Mundial. Su
reproducción actual exige sacrificios durísimos a la inmensa mayoría de
la población, sólo para que una élite financiera mantenga y acreciente
sus privilegios.
Cuando en 1989 estudiaba la asignatura
“Política Económica de los Países Subdesarrollados” en la Facultat de
Ciencies Economiques i Empresarials de la Universitat de València, los
profesores Jordán Galduf y Tomás Carpi nos hablaban de los problemas de
la deuda externa, de la situación de dependencia de los países
empobrecidos en el esquema centro-periferia, y del papel de organismos
como el Fondo Monetario Internacional (FMI), que con sus planes de
ajuste (reducción del déficit público, privatización de servicios
públicos, liberalización comercial y financiera) oprimían a los países
más pobres y los hacían sumisos a las empresas transnacionales y los
grandes bancos. Pues bien, 23 años después, el FMI ha desembarcado en
España, Portugal, Grecia e Irlanda para aplicar a pies juntillas las
únicas recetas que conoce: robar a la población de los países pobres
endeudados para que los flujos de capitales sigan su camino de rapiña
hacia los grandes centros financieros internacionales.
El problema no es deber mucho dinero,
sino a quién se le debe. De toda la vida los estados han debido el
dinero a sus propios bancos centrales, y si pasaban por apuros, pues
como eran “sus” bancos centrales, se dejaban de devolver los préstamos, y
no pasaba nada (el dinero al servicio de las personas). Desde el
Tratado de Maastricht (1993), los estados de la zona euro sólo pueden
pedir prestado a los bancos privados, y éstos, no perdonan ni un
céntimo, y si los estados lo pasan mal, sus acreedores privados exigen
un mayor tipo de interés para la refinanciación. Es decir, el capital
especulativo está estrangulando poco a poco a los estados intervenidos
hasta que venga el rescate (su rescate, el de los bancos), y después los
dejan atados de pies y manos tirados en la cuneta (las personas al
servicio del dinero).
Los estados (los gobiernos que los
gestionan) están perdiendo su legitimidad a pasos agigantados, al mismo
ritmo al que dejan de garantizar derechos básicos.Han preferido hacerse
el haraquiri en vez de reinventarse y buscar soluciones audaces,
novedosas y pensando en la gente. Por ello, la calle va a ser cada vez
más escenario de protestas y a la vez de gestación de nuevas formas de
organización social y comunitaria al margen de un capitalismo salvaje y
depredador.
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