Por: Richard Seymour, The Guardian
El choque entre la austeridad neoliberal y la democracia real ha producido una crisis de “gobernabilidad” según la plutocracia.
El gobierno español aprobará nuevas leyes para reprimir la protesta
ciudadana, que según las personas comunes son un ataque frontal a la
verdadera democracia. En una serie de líneas recientemente abiertas en
el frente de la protesta popular contra la actuación del gobierno, éste
considera que debe reconfigurar el aparato represivo del Estado para
aumentar la represión. En algunos casos, como en Grecia, esto ha
significado periodos de gobiernos de emergencia. En Chicago, en Quebec y
ahora en España, el resultado ha sido la aprobación de nuevas leyes
para endurecer la represión contra la protesta popular, la forma de
democracia más genuina.
En 2011, el alcalde de Chicago, Rahm Emanuel, pidió que el
ayuntamiento de la ciudad aprobara medidas “temporales” contra las
protestas, en respuesta a las acciones que los activistas planeaban en
torno a las “cumbres” de la OTAN y del G-8. Las nuevas leyes incluían la
obligación de contratar un seguro de 1 millón de dólares para llevar a
cabo las protestas públicas, una nutrida dotación policial y grandes
obstáculos para la obtención de una autorización que permitiera la
realización de la protesta. A principios de 2012 la legislación
provisional dictada en 2011 ha pasado a ser permanente sin más.
Más adelante, durante ese mismo año, como el gobierno de Jean Charest
en Quebec intentó hacer frente a un levantamiento tumultuoso de los
estudiantes contra el aumento de las tasas de las matrículas, se aprobó
una ley de emergencia llamada proyecto de ley 78. Con el apoyo de los
funcionarios del Estado, se impusieron severas restricciones al derecho
de protesta a menos de 50 metros de un colegio o universidad, que da
derecho a la policía a cambiar el recorrido de una protesta en un plazo
mínimo, con multas muy severas para aquellos manifestantes que se
resisten a aceptar el cambio de ruta.
La legislación sobre “seguridad pública” que el gobierno desea
aplicar en España tiene esencialmente el mismo carácter. Las
manifestaciones sin permiso cerca del parlamente se sancionarán con
multas elevadas, mientras que la participación en protestas “violentas”
puede dar lugar a una condena mínima de dos años de cárcel. En cada
caso, la lógica es provocar un escalofrío en la médula de los
activistas. No es solo un elemento de disuasión de la protesta, sino que
tiene un efecto de domesticación para que estas protestas no alcancen
el nivel de apogeo al que suelen llegar.
Para entender por qué esta ocurriendo esto, es necesario comprender
el enfrentamiento que existe entre la austeridad neoliberal y la
democracia popular. Están en las antípodas la una de la otra.
En una época anterior, cuando la primera austeridad neoliberal se
estaba fraguando mediante un conjunto de presión social y política
autoritaria, racista, aforofóbica, el sociólogo y político marxista
griego Nicos Poulantzas habló de la “redistribución de las redes
jurídico-policiales” como elemento constitutivo de un Estado
dictatorial. En este régimen, se mantienen oficialmente incluso los
aparatos parlamentarios, si bien la democracia sustantiva es erosionada.
Stuart Hall, escribiendo unos años después sobre el neoliberalismo
thatcherista, comentó que en virtud de este régimen neoliberal “el
mercado debía ser libre y la gente disciplinada”.
¿Por qué este autoritarismo? ¿Por qué en la libertad de mercado, era
necesario disciplinar al pueblo? (y con disciplina inglesa, claro). Si
el enfoque se limita a la austeridad –es decir, el neoliberalismo en su
forma “doctrina del shock”–, entonces el problema puede interpretarse
simplemente como una gestión de la crisis. El estado asume las medidas
de represión popular en alto grado justo en el momento en que se está
tratando de administrar una reorganización impopular de los servicios
públicos, el bienestar y las relaciones capital-trabajo. Pero, de hecho,
esto es más que una forma coyuntural de un problema más amplio.
En un sentido genealógico simple, el neoliberalismo puede ser
entendido como una adaptación de las preocupaciones del liberalismo
clásico a los problemas que plantea la era de la democracia de masas. A
nivel ideológico y político, el neoliberalismo respondió a un supuesto
exceso de democracia, un exceso de demandas populares al Estado. Ese
populacho, esos seres inferiores no hacían más que dar guerra como niños
malcriados, mientras el Estado estaba atrapado en una red de intereses
especiales, pero en última instancia, produjo una crisis de
“ingobernabilidad”. Y para que el Estado fuera capaz de hacer su
negocio, su autoridad tuvo que ser incrementada, de ahí la relevancia
del binomio “LEY Y ORDEN”.
El “objetivo primordial del Estado”, dijo Thatcher, “es mantener el
orden”. Al plantear el problema de esta manera, e identificar a los
opositores políticos a través de la ideología de la delincuencia y el
desorden, ella vinculó sus éxitos a una simple afirmación de sentido
común. Pero la proliferación de leyes destinadas a restringir la
disidencia y la huelga, el crecimiento de un aparato policial
centralizado y militarizado y el auge de la construcción de prisiones,
comenzando todo bajo su reinado, no solo transforma la relación de los
ciudadanos con el Estado, sino que al hacerlo, debilita a las capas
populares en relación con las élites empresariales dominantes que gozan
de todos los privilegios.
La expansión y el perfeccionamiento de las tecnologías de la
contención, por sí mismo rara vez es suficiente. Por lo general se ha
visto acompañado por el despliegue de nuevas ideologías de la
delincuencia e ilegalidad. Criminalizar la protesta bajo el
neoliberalismo no supone simplemente un comportamiento más represivo. De
hecho, la tendencia secular en los estados europeos es una convergencia
en torno a un sistema más diferenciado de las estrategias para hacer
frente a las protestas.
Al tratar con las mayores protestas en representación de entes
“oficiales”, la policía tiende a preferir enfoques consensuados y
negociados y tiende a mantener una mayor distancia física de las
personas cuyas actividades son la causa de la actuación policial. Por el
contrario, los pequeños grupos de manifestantes que representan
coaliciones sociales sueltas, alianzas de campaña, etc., son más
propensos a ser considerados extremistas, terroristas o incluso –suspiro
teatral– anarquistas, y por tanto sujetos a la policía militarizada, la
vigilancia directa y la coerción física, con la invocación de la ley
contraterrorista o de otras leyes represivas.
Así como la definición de la delincuencia es inherentemente
ideológica, la definición de la indignación, en cuanto a lo que
constituye una protesta “oficial” o “extremista”, es más ideológica que
normativa, derivada de la cultura jurídica y política de la policía en
un estado determinado y burocrático, con categorías desplegadas por las
fuerzas locales y nacionales. Necesariamente, entonces, ésta es una
forma inherentemente politizada de actuación policial. No es meramente
demostrativa, se trata de ilustrar con ejemplos qué formas de protestas
son toleradas (consejos ineficaces en gran medida), sino práctica, en el
sentido de que recorta drásticamente las posibilidades democráticas.
La reorganización de los estados hoy en día en una dirección
autoritaria es parte de un proyecto a largo plazo para eliminar la
democracia real, manteniendo un mínimo de pseudodemocracia formal. Para
eso es para lo que se ponen en vigor las leyes contra las protestas. Se
trata de eso y nada más.
Traducción: Enrique Prudencio para Zona Izquierda
Ilustración: O. Colis para Zona Izquierda
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Fuente: http://www.theguardian.com/commentisfree/2013/nov/25/quebec-spain-anti-protest-laws-democracy
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