Gustavo Duch – Consejo Científico de ATTAC España
Como
explicaré, son muchos los análisis que indican que los países
industrializados podemos encontrarnos, dentro de 20 ó 30 años, con
problemas de abastecimiento alimentario. Pero, como verán, el escenario
de crisis económica actual nos regalará un tiempo precioso para
evitarlo.
Las razones científicas son tres. En
primer lugar, hemos de tener en cuenta que nuestra alimentación depende
en gran medida de la agricultura industrial, es decir, de industrias
dedicadas a la agricultura y a la ganadería a gran escala. Este modelo
de agricultura es absolutamente dependiente de insumos externos como el
petroleo y los fertilizantes, que, aunque no parece que lo
interioricemos, sabemos que son finitos y que ya tienen fecha de
caducidad. El petróleo, necesario para mover la maquinaria, para
transportar materia prima, para refrigerar naves, etc. ya ha superado su
pico productivo y progresivamente será más difícil y caro disponer de
él; y las reservas de uno de los minerales elementales de la agricultura
intensiva, el fósforo, se agotarán sobre el año 2033.
Dejar
de lado la agricultura propia, la de nuestro propio campesinado, nos ha
llevado, en segundo lugar, a ser dependientes de alimentos que llegan
del exterior. Los cálculos más conservadores dicen que un 60% de lo que
tenemos en nuestras mesas llega de terceros países, por ejemplo pescados
como la merluza, el atún o el panga, pero también frutas, verduras e
incluso garbanzos y lentejas. Salir a los mercados internacionales a
comprar comida es muy arriesgado para países con balanzas
desestabilizadas y economías en crisis como la nuestra. Pensemos, por
ejemplo, en lo que podría ocurrir si se repiten movimientos
especulativos con los granos básicos, como lleva sucediendo en los
últimos 10 años. Los precios de los alimentos se dispararían hasta
cifras que harían complicada su importación, bien por nuestra débil
capacidad económica, bien por no poder competir con otros países que
buscarán alimentos en los mismos mercados. O pensemos en cómo está
afectando la crisis en Ucrania a las industrias que requieren de su
grano para elaborar los piensos de una ganadería desconectada de la
tierra, es decir, totalmente dependiente de mercados internacionales. Y,
¿cómo podremos acceder a los alimentos cuando, según el último informe
del IPCC los descensos productivos de los cultivos básicos (entre el 5 y
el 10 % para 2030 y de hasta el 25 % hacia 2050) por el calentamiento
del clima llevarán a que el precios de los alimentos aumenten entre un 3
y 84% hasta el año 2050?
En tercer lugar, y
hablando también de recursos naturales, un factor preocupante para
asegurar la producción de comida es la disponibilidad de tierra fértil o
arable. Contabilizar la tierra que ha sido colonizada por polígonos,
autopistas o vías de tren -sin querer pensar en lo que ocurriría si se
desarrollan proyectos de fracking- y sumarle las tierras que de tanto
exigirles han perdido fertilidad, nos da un resultado de máxima
preocupación: cada siete segundos desaparece una hectárea fértil en el
mundo. Esta es una de las razones de la actual carrera de muchos estados
y multinacionales en busca de tierra fértil en terceros países. Pero,
¿las conseguiremos? ¿Estarán a nuestro servicio?
Tres
supuestos que individualmente o en combinación, apuntan a un acelerado
declive productivo junto con un aumento de la incerteza de
aprovisionamiento de las materias primas.
Pero esa
creencia, que de tanto repetirse hemos aceptado como cierta: ‘la
economía puede crecer ilimitadamente’, puede darnos el tiempo necesario
para reaccionar, pues las industrias alimentarias en su aspiración de
expansión continua se han ligado a la necesidad de capital financiero, y
éste, para conseguir la devolución de sus créditos y sus intereses, les
obliga, en una espiral mortal, a unas producciones y rentabilidades que
chocan con los mismos límites naturales antes mencionados. Como dice
Richard Heinberg en su libro ‘El Final del Crecimiento’, “una crisis de
crédito prolongada podría devastar la oferta de alimentos mundial tan
dramáticamente como cualquier acontecimiento climático imaginable”.
De
hecho ya hay algunos casos que nos permiten decir que, antes que
quiebren los grandes negocios alimentarios por problemas en la
producción o de venta, quebrarán por no poder manejar una deuda del todo
insostenible.
Y, efectivamente, lo más
inteligente para evitar llegar al colapso alimentario será aprovechar el
espacio que entre bancarrota y liquidaciones irá dejando el modelo de
agricultura industrial, globalizado, centralizado, financiarizado y,
como hemos visto, tan inestable, para (re)construir un modelo de
agricultura que no vaya ligado a la economía del crecimiento perpetuo,
la peor de las quimeras.
Tenemos el tiempo justo
para desarrollar una agricultura relocalizada en nuestros propios
territorios y con nuestra población, ajena a intereses financieros, en
pequeñas realidades económicas interconectadas, con la sabiduría de
producir lo necesario sin esquilmar, así como el tiempo para
progresivamente volver a consumos alimentarios sostenibles.
Es momento de matar el hambre del futuro.
Artículo publicado en Diari ARA.
Palabre-ando
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